EL ROL DE LAS MUJERES EN EL LIBRO DE: CIEN AÑOS DE SOLEDAD

sábado, 20 de febrero de 2010

MATRIARCADO V/S PATRIARCADO

“Mis mujeres son masculinas”, dirá Gabriel García Márquez de los personajes femeninos de sus obras.
En la lectura de Cien años de soledad, vemos que esta sentencia se cumple desde el inicio del relato, cuando nos hallamos ante la primera contradicción que invalida la tradición literaria sobre el uso del cinturón de castidad.
A través de la historia, hemos sabido que el uso del cinturón de castidad obedecía a una costumbre medieval impuesta por los cruzados a sus esposas cuando partían a pelear a Tierra Santa. En cambio, en la obra de Gabriel García Márquez, el cinturón de manufactura casera, no es utilizado para que el hombre patentice el derecho sobre la esposa, sino que es un símbolo para indicar que se le están negando los derechos al marido, es decir, que sirve para conculcar la autoridad del hombre y que, por tanto, la autoridad del matrimonio reside en la mujer, advirtiendo al lector que se haya ante un régimen matriarcal.

De esta manera, Úrsula pasa a ser la figura principal, la que ocupa mayor espacio en la acción. José Arcadio Buendía dirige su colonización ajustándose a una intermitencia dual: actividad física externa febril, seguida de un estupor y quietismo inútil e ilógico. El primer período de gobierno eficaz, recoge la actividad del “(...)patriarca juvenil, que daba instrucciones para la siembra y consejo para la crianza de los niños y animales, y colaboraba con todos, aún en el trabajo físico, para la buena marcha de la comunidad (...)”, (p.15). Acto seguido, sobreviene una época de cuatro años en la que José Arcadio Buendía mata los meses buscando oro con imanes, inventando un arma lupesca, destruyendo la herencia de Úrsula e intentando emular a los geógrafos renacentistas, mientras: “(...) Úrsula y los niños se partían el espinazo en la huerta cuidando el plátano y la malaga, la yuca y el ñame, la ahuyama y la berenjena(...)”,(p.10).Todo esto hundirá a José Arcadio Buendía en una domesticidad y servidumbre absolutas, donde su mente llegará a tocar fondo; mientras Úrsula -sin perder el sentido de la realidad- comenzará, poco a poco, a edificar los cimientos de lo que será su imperio, dejando de lado al marido que vive sumergido en inventos y fantasías inútiles y poco prácticas para el fin que desea conseguir: el fortalecimiento de su matriarcado.
Gabriela Vega Ochoa

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